LA FORMACIÓN DEL RELIEVE
El relieve de la superficie terrestre muestra las formas más variadas. Estas formas son resultado de distintos tipos de rocas presentes, de la partícula combinación o mezcla de estas rocas o del modelado de ellas. Este modelado del relieve es causado por distintos agentes erosivos, como el agua o el viento, que actúan de modo diferente según el tipo de roca o clima. Las rocas que se ven en la superficie forman parte de la corteza terrestre. Por debajo de ella se encuentra otra capa más pesada, el manto o sima, que por su profundidad sufre temperaturas y presiones suficientes para mantenerse en un estado viscoso. Este material viscoso se desplaza formando corrientes convectivas, las que ascienden hacia la corteza y vuelve a descender hacia el núcleo. Esto provoca la deriva de las placas de la corteza terrestre, que flotan sobre este medio viscoso como tempanos en el mar. Entre su parte emergida y su parte hundida se mantiene un equilibrio inestable, denominado isostacia. Estas corrientes del manto son las que explicarían la formación de los continentes, a partir de un único bloque, la Pangea. A lo largo de millones de años, la Pangea se fue dividiendo en bloques que derivaron hasta sus posiciones y formas actuales, tal como explica la teoría de la deriva de los continentes. Esta teoría plantea que la corteza terrestre se asienta sobre una serie de placas continentales y oceánicas que se desplazan, cambiando su ubicación; en unos lugares las placas se separan y en otros, se juntan. En este último caso se produce un “choque” que genera fuerzas de gran magnitud que empujan grandes masas rocosas en distintas direcciones. Los relieves recién formados son inmediatamente erosionados por agentes externos, como la temperatura, el agua y el viento. Las diferencias de temperatura y presión agrietan y desmenuzan las rocas. El viento arranca las partículas más finas produciendo un efecto abrasivo que se desgasta. El agua se lluvia golpea y disgrega los materiales más blandos y, al fluir pendiente abajo, arrastra materiales con los que golpea y rompe otros; además, el agua disuelve muchos tipos de rocas, transportando las partículas en suspensión. En las zonas frías, el hielo se desliza pendiente abajo, y con su peso va barriendo y puliendo la superficie. Los materiales así arrancados son trasportados y depositados por el agua, el viento o la fuerza de gravedad. De ese modo, tienen lugar los procesos de sedimentación, por los cuales los sedimentos son transportados de las zonas más altas a las más bajas, donde se depositan y se transforman en rocas, se llama cuenca. En las cuencas los sedimentos se van depositando y forman una cuenca sedimentaria con relieve plano, una llanura. Otro tanto sucede al pie de los montes, donde los arroyos depositan los materiales que arrastran, formando conos de deyección, que son aprovechados por sus suelos fértiles. Así, las alturas son disminuidas y las depresiones, colmadas, en una permanente búsqueda de equilibrio. Cuando la erosión ha devorado totalmente las montañas y otras elevaciones, el relieve adquiere una forma aplanada que tiende a pertenecer estable, denominada escudo o macizo. El movimiento de las placas y la acumulación en sus bordes de los sedimentos provenientes del desgaste podrán nuevamente en marcha este proceso. Las formas del relieve de la superficie terrestre son el resultado de esta permanente búsqueda de equilibrio. La Geología estudia esta historia, interpretando las formas y los fenómenos que se observan. Para ordenar cronológicamente los procesos, y basándose en los tipos de rocas y en sus contenidos fósiles, divide esta historia en eras y periodos.