La tecnología en los cultivos
La biotecnología agrícola en la Argentina:
Desde los comienzos de la biotecnología agrícola, la argentina se ha posicionado como líder en la región y en el mundo, sembrando en 2008 unas 20 millones de hectáreas de cultivos transgénicos o genéticamente modificados. Hoy prácticamente el 100% de la superficie de soja corresponde a variedades tolerantes a glifosato.
La tasa de adopción de cultivos GM es la más alta en lo que se refiere a la incorporación de tecnologías al sector agropecuario argentino. Tal adopción, iniciada en 1996, refleja la satisfacción del productor, que año tras año vuelve a elegir los productos de la biotecnología. Estos le permiten disminuir los costos, una mayor flexibilidad en el manejo, reducir el uso de insecticidas, mayores rendimientos y mejor calidad.
Los cultivos tolerantes a glifosato presentan dos grandes beneficios. Por un lado, la posibilidad de usar un herbicida de amplio espectro, muy eficaz y de bajo poder residual. En este sentido, la tecnología ha permitido reemplazar casi totalmente a los herbicidas de clases toxicológicas II y III, usados en los cultivos convencionales y más peligrosos para la salud y el ambiente que el glifosato (clase iv). Por otro lado, deben considerarse los beneficios de la sinergia con la siembra directa, que impacta positivamente en la conservación del suelo y el agua, la productividad de los cultivos y la mitigación del efecto invernadero.
Mirando al futuro, debemos decir que los cultivos transgénicos actuales son apenas la `punta del iceberg´ de una cantidad de desarrollos que se están realizando masivamente en todo el mundo.
Siembra directa:
Un ejemplo destacable de una tecnología ahorradora de costos y con beneficios para la sustentabilidad de la tierra es la siembra directa, esta tecnología tuvo una amplia difusión. La siembra directa permite producir sin degradar el suelo, mejorando en muchos casos sus condiciones físicas, químicas y biológicas. Permite un uso más eficiente del agua, que generalmente es el factor limitante en la producción. Así, por ejemplo, reduce la erosión del suelo, eleva la cantidad y calidad del agua (al reducir la evaporación), y mejora la actividad biológica. Asimismo, el impacto ecológico se ve también en una menor emisión de monóxido de carbono por el menor uso de combustibles. Además, reduce el ciclo de siembra permitiendo el doble cultivo.